Doy rienda suelta a
mis ganas, o si así lo prefieren, a mi espíritu, en voluntad particular; de dar
origen y cimiento a este cúmulo de ensayos que pretenden construir mis opiniones
personales sobre ciertos asuntos. Quisiera construir con palabras estas
reflexiones que en mi mente manan, indispensablemente, tras hacer el intento de
comprender diferentes fenómenos que he ido y vamos padeciendo y accionando en
“las distintas etapas en que transcurre la vida y en los distintos grados en
que procedemos”. Así pues, tras este blog se encuentra esta motivación de dar
testimonio y orden a las siguientes convicciones de mi alma, que espero estén
abiertas a reconsideraciones posteriores en las opiniones que puedan dar mis
lectores. Todo esto eventualmente
después de deliberar durante cada domingo.
מזמור לדוד יהוה רעי לא אחסר׃
-Recuerda que hay
que ser agradecido- decían mis padres, vehemente-. Ser agradecido.
Pero se me hace
difícil pensar sobre sí alguna vez tome enserio estas palabras, su causa y
consecuencia más allá de que en algún momento fuese una orden que acatase en mi
condición sumisa de ser un hijo obligado a obedecer.
Supongo que alguna
vez pensé sobre esto, a pesar de que tampoco recuerdo que alguna vez se me
explicase el motivo más allá de que en la práctica me encontrase (y mis padres
me pusieran) en situaciones en las cuales me sentía tan naturalmente
agradecido, porque desde mi perspectiva era tan desmedidamente agraciado, que
se me hacia evidente que tenía que reconocer, en voz alta y en marcada actitud,
el bien que se me había hecho, que incluso hasta espontáneamente agradecía.
Específicamente en esos momentos en que te daban algo que creías necesitar,
sentías la gratitud en carne viva. Hasta tal punto que era hasta estúpido que
mis padres me recordaran algo que me nacía tan naturalmente.
No obstante,
notoriamente, lo disonante era que el “Recuerda que hay que ser agradecido” se
pronunciaba en situaciones en las cuales no sentía nada, como cuando me
regalaban ropa y así. Era como si creyesen que olvidaría sentir agradecimiento,
cuando irónicamente era estúpido que me iba a sentir agradecido por un par de
calcetines a esa edad. Es decir, no era que se me olvidase, sino que en verdad
no había espacio para mostrar gratitud con aquello.
Especulo, que fue con
esta constante practica que me hice con una idea de lo que las palabras de mis
padres querían significar. Un llamado de atención, en la forma de un encubierto
silogismo empírico: todo lo que me regalasen o dieran, era algo que si bien
sentía que no necesitaba, resultaría siendo algo que perfectamente podría
necesitar, por lo tanto debía sentir agradecimiento. Creo que me hice con este
pensamiento, sobre todo cuando me recordaban que había gente muy necesitada que
estaría apreciando lo que me estaban dando. Y así, Visto lo visto, fue esta la
idea con la que me hice; que quizá algunos pueden intentar abarcarla,
resumiéndola o complementándola, con el chocante vocablo popular “a caballo regalado…”…
Toda esta idea de mi
infancia, aunque superficial, es en verdad una pertinente introducción al
significado más profundo de lo que se esconde, a mi juicio, tras el incesante
recordatorio de tener que sentir agradecimiento.
Primero,
consideremos cuándo es qué, sin lugar a dudas, sentimos propia y nítidamente, el
agradecimiento, es decir cuando nos regalan cosas que causan en nosotros una perturbación.
Fíjense a través del siguiente ejemplo, Viéndolo en la acepción más placentera
en la cual sentimos perturbación; como en él buen orgasmo que se puede llegar a
sentir tras la consumación de alguna morbosa fantasía, en donde propiamente el
agradecimiento en sí mismo podría llegar a manifestarse en nosotros. Es decir,
en aquello que nos excita, nos aviva y estimula, si realmente llega a tal pues
nos embarga de gratitud. Toda esta en dar con aquello que disfrutamos. Pues bien mi punto tiene que ver con que,
quizá cuando nacimos, todo nos pareció tan maravilloso, y aunque me atrevería a
comparar y decir que quizá tan maravilloso como un orgasmo, habría que estirar
mucho esta comparación dantesca hasta el punto de hacerla una metáfora, el
orgasmo natal. Y así por ventura la satisfacción mas soberbia la encontremos en
el solo vivir y de allí de que quizá muchos piensen que la vida es un regalo y
declaren esta afirmación como axioma.
Al fin, es triste
reflexionar sobre el momento hipotético en que después de nacer, el mundo dejo
de parecer maravilloso. Más allí, pueda estar el origen de una sospecha crucial,
¿Sí viviésemos en un mundo que nunca deja de ser maravilloso, no olvidaríamos
estar agradecidos? O lo que es lo mismo ¿El mundo es terrible y por eso somos
tan desagradecidos? Por que al cabo parece que el mundo eventualmente se apaga
tras el fantasma de la cotidianidad y parece que no es el mundo lo que oscurece, sino nuestra apreciación sobre el.